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Pintar la casa: ese proyecto noble, económico y —en teoría— inofensivo que uno emprende con entusiasmo casi adolescente. Porque sí, cambiar el color de las paredes parece la solución perfecta para renovar el ánimo, el estilo... y evadir otros problemas más profundos que no se arreglan con una segunda mano de esmalte satinado.
Sin embargo, lo que muchos ignoran —o deciden ignorar con terquedad decorativa— es que el noble arte de pintar no está exento de riesgos. De hecho, puede ser tan perjudicial para tu salud como un domingo completo viendo televisión basura, solo que aquí además hueles químicos y te expones al ridículo si no usas protección.
Cuando el enemigo no es el color, sino lo que flota en el aire
Pintar sin protección adecuada equivale a bailar con lobos... pero en interiores y sin música. La pintura moderna, a pesar de sus aromas casi embriagadores (hay quienes la consideran hasta terapéutica), está compuesta por sustancias que, lejos de embellecer tus pulmones, los agreden con una cortesía tóxica.
Irritación ocular, reacciones cutáneas, mareos y problemas respiratorios: todo eso puede venir incluido en el bote, gratis, como una promoción de supermercado del apocalipsis. La ironía es elegante: en tu intento de mejorar el ambiente, puedes acabar dañando el único cuerpo que tienes para habitarlo.
El escudo del pintor sensato: cinco piezas y un extintor
Guantes
Las manos, esas herramientas que te conectan con el mundo (y con el rodillo, y con el pincel), merecen respeto. No están hechas para absorber solventes como si fueran papel secante. Unos guantes resistentes no son opcionales; son la delgada línea entre el “hazlo tú mismo” y el “hazte ver por un dermatólogo”.
Gafas de seguridad
El alma puede que entre por los ojos, pero también la pintura, si eres lo bastante ingenuo como para no cubrirlos. Las salpicaduras son rápidas, traicioneras y más comunes de lo que tu ego querría admitir. Y créeme: la pintura en la retina no mejora tu perspectiva artística.
Máscara o respirador
He aquí el elemento que separa al entusiasta amateur del sobreviviente informado. Pintar sin máscara es como hacer submarinismo sin tanque: puedes intentarlo, pero no esperes salir bien parado. Los vapores no se ven, no hacen ruido… pero te golpean con la sutileza de un camión.
Overol o funda protectora
No es vanidad; es estrategia. Tu ropa no está diseñada para resistir esmaltes corrosivos ni para absorber olores que duran más que algunas relaciones humanas. Usa protección corporal. Te lo agradecerás cuando no tengas que explicar por qué tu camiseta favorita huele a thinner tres semanas después.
Casco
Sí, aunque parezca exagerado para pintar el marco de una ventana, el casco no está de más cuando se trata de alturas. Porque una lata mal colocada o un resbalón torpe pueden convertirte en protagonista de una tragicomedia sin aplausos.
Extintor
Ah, la joya olvidada. El extintor es ese invitado que nadie espera usar, pero que salva la fiesta si todo se incendia. Las pinturas con base solvente son inflamables, aunque tu entusiasmo por usarlas no lo sea. Tener un extintor cerca no es paranoia; es sentido común en estado puro.
Pintar tu casa puede ser un acto de renovación, de creatividad, incluso de redención estética. Pero, como toda buena obra, debe comenzar con una base sólida: el cuidado de tu salud. Así que la próxima vez que abras un bote de pintura con la alegría de quien abre una nueva etapa, recuerda que el verdadero color del éxito se pinta con precaución.